el urbanismo chinanteco.
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parte 3 de 6
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SIERRA CHINANTECA
crónica de un patrimonio vulnerable
Como mencionamos anteriormente, Bevan constataba en los años 30 que a pesar del crecimiento de la población en los pueblos, la densidad de habitaciones no sigue la misma lógica. Esta lógica está muy ligada a la economía local que incita a los habitantes a cultivar y a las dificultades que representan los terrenos tan abruptos y su accesibilidad. Cuando la distancia de estas rancherías se vuelve demasiado grande para que sus dueños puedan acarrear a su casa la producción para almacenaje y consumo, se establecen en las rancherías. Así, alrededor de cada pueblo surgen poco a poco pequeños asentamientos, y con el tiempo éstos forman nuevas comunidades.1 Sin embargo, el urbanismo se sigue rigiendo por reglas ancestrales. En el caso de adquisición de terrenos, uno debe recurrirse a los antiguos Libros de Títulos de Terrenos que describen con detalle la tierra y las fronteras de cada aldea. En apariencia, los libros están escritos en español, pero las tierras llevan nombres chinantecos. Se tiene profundo respeto por estos libros y cuando no son usados para resolver litigios de esta naturaleza, se ocultan con cuidado. A ningún “forastero”, es decir, persona que no haya nacido en la aldea, se le permite verlos.2 Tradición y urbanismo funcionan todavía en sinergía; por ejemplo, en Petlapa, los habitantes nos comentaron también que cuando dos habitantes se casan, se les otorga un terreno.
1. Bevan, B. (1987) Los Chinantecos y su hábitat. Ciudad de México: Instituto Nacional Indigenista.
2. ibid.
Templo de San Juan Bautista, ubicado en el pueblo de Santa Juan Petlapa.
foto tomada por el equipo de e c o | estudio de conservación de patrimonios, encargado del proyecto de restauración de los tres templos de Santa María Lovani, San Juan Petlapa y San Pedro Ozumacín.
© e c o | estudio de conservación del patrimonio
Si el pueblo nace de las viviendas, los templos son vector también del establecimiento de un cierto orden urbanístico. Bevan constata un mismo esquema: La iglesia se levanta en el extremo más estrecho del “promotorio” y en la posición más adecuada posible. Su fachada (no importa la orientación correcta), no está colocada de frente al valle, sino que “mira hacia dentro”, hacia las chozas.3 El templo se impone como el elemento arquitectónico que rige el pueblo tanto urbanística como socialmente. Cerca de cada una de los templos de los pueblos de Santa María Lovani, San Juan Petlapa y San Pedro Ozumacín, se encuentran canchas deportivas, tiendas de primeras necesidades y la agencia municipal. En ciertos casos también, la escuela. El pueblo de San Juan Petlapa cuenta con una variedad de cañadas muy pronunciadas, el templo está viene en la orilla de un terreno plano y reducido, lo que provocó que los edificios a su alrededor sean tan cercanos. Por lo tanto, se generó un espacio híbrido mezclando las funciones de cancha de basquetbol, ruta principal y templo; la fachada del edificio y la cancha forman una sola entidad, debido a la concentración de los predios en este pueblo. La cancha, se vive también —por su configuración— como un ágora, jugando el papel de plaza pública. En Santa María Lovani, el templo instaura realmente una plaza y una jerarquía espacial entre lo público y lo privado. En San Pedro Ozumacín, el predio alrededor del templo no sirve realmente de plaza, en el sentido que se vive más como un parque que un lugar en encuentro apropiable. El templo es, en general, el símbolo de la llegada de una “nueva era” y de la imposición ideológica y se percibe así debido al hecho que se desmarca del resto de las intervenciones arquitectónicas. Es interesante estudiar cómo cada pueblo ha adecuado el edificio religioso a sus costumbres ancestrales y lo integró dentro de la evolución socio-urbana.
3. Bevan, B. (1987) Los Chinantecos y su hábitat. Ciudad de México: Instituto Nacional Indigenista.
Calle principal del pueblo de Santa María Lovani.
foto tomada por el equipo de e c o | estudio de conservación de patrimonios, encargado del proyecto de restauración de los tres templos de Santa María Lovani, San Juan Petlapa y San Pedro Ozumacín.
© e c o | estudio de conservación del patrimonio
En San Pedro Ozumacín, el pueblo está articulado alrededor de un arroyo, lo que no sucede ni en Santa María Lovani, ni en San Juan Petlapa. En Santa María Lovani, las vías principales del pueblo están naturalmente dibujadas por las curvas de los montes en el cual se encuentra. Aparte de unas vías principales, las viviendas se ordenan de una manera similar a una favela, en el sentido que se desarrollan en terrenos en pendiente.4 En esta lógica, la vida privada se extiende a la vía pública y muchas viviendas se dividen en núcleos: espacio para vivir, cocinar, dormir y baños. Tanto en Lovani como en Petlapa, siguen existiendo viviendas vernáculas, usando técnicas ancestrales y materiales locales, aunque más y más viviendas se construyen con materiales industriales y se basan en tipologías más rectas. En comparación, el pueblo de San Pedro Ozumacín se desarrolló considerablemente y eso se transcribe urbanísticamente. Lovani y Petlapa cuentan con una población respectiva de alrededor de 1,000 habitantes; Ozumacín cuenta con el doble. Irónicamente, es el pueblo en el que se constata más migración, particularmente hacia Estados Unidos. Sin embargo, muchos de los migrantes regresan a Ozumacín para establecerse; lo que transforma el paisaje arquitectónico. El conjunto inmobiliario no es condensado, y por lo tanto más expandido. Las viviendas se diseminan en grandes predios a lo largo de varias cañadas. En la entrada del mismo pueblo, y entonces en sus afueras se notó la presencia de grandes casas de dos pisos, de inspiración estadounidense, tanto por su estilo arquitectónico como por su organización urbana en “lotes”. Se nota una gran diferencia arquitectónica entre los sedentarios y los migrantes, tanto en cuestiones estéticas como tipológicas. Esta dicotomía sigue limitada por las posibilidades que ofrecen los terrenos; el desarrollo de un pueblo chinanteco está irremediablemente condicionado por la naturaleza.