la espacialidad.
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parte 2 de 4
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MONUMENTAL. Dimensión pública de la escultura 1927—1979.
lo escultórico, historia mexicana
En su entrevista con Geles Cabrera, Pedro Reyes evoca –con ironía– un proyecto al cual participó la escultora: la producción de moneda; se exhibieron las esculturas más pequeñas del mundo.1 ¿Qué diferencia una escultura de una moneda? La función, la escala… Pedro Reyes evoca el “gesto escultórico” como característica esencial; de este, él dice que a diversa escala estuvo presente en las culturas prehispánicas, desde diminutos artefactos hechos de arcilla hasta gigantescas pirámides.2 ¿Entonces, de la misma forma, a partir de cuando una escultura se vuelve arquitectónica? En un momento de la exposición se da una definición de los monumentos: cuando una escultura es más grande que un ser humano se puede considerar como monumental. Sin embargo, lo que la exposición no recuerda es que, con los años, lo monumental se alejó de lo figurativo. Entonces, cuando una escultura no es antropomórfica, un monumento puede volverse arquitectónico. En el caso del Museo Nacional de Antropología, la escultura representa una pequeña proporción del edificio y está “aplicada” a la arquitectura. Pero como es parte clave de la propuesta espacial, la escultura está involucrada como un elemento arquitectónico en sí. Pedro Reyes opina que asistimos al paso de la contemplación del monumento a la escultura como espacio para la contemplación.3 Evocar la contemplación es entonces evocar el contexto.
1. — Reyes, P. (2020), I — Geles Cabrera, Monumental. Dimensión pública de la escultura. 1927 – 1979.
2. — ibid.
3. — ibid.
El espacio escultórico —que representa una parte muy importante de la exposición— es el ejemplo más relevante para hablar de espacialidad y de contemplación. La obra —producto de la colaboración entre 6 artistas: Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Mathias Goeritz, Hersúa, Sebastián y Federico Silva— es una escultura que está construida de vacío.4 Pedro Reyes constata que la obra genera dos vacíos: el contenido y el contenedor. El Espacio Escultórico fascina el mundo de las artes, como el mundo en general, seguramente porque se puede definir simplemente: espacio, escultura, land art, pabellón, instalación, pirámide contemporánea, monumento… Es todo eso a la vez. Algunas obras tienden a ser calificadas como arquitectónicas porque fueron pensadas como una entidad en interacción con su contexto. Las obras “in situ” tienen intrínsecamente una vocación espacial, ya que entran en un diálogo con un espacio. El Jardín Escultórico construido por Edward James después de su llegada en Xilitla, en los años cuarenta, es otro ejemplo de escultura arquitectónica, ligada con su contexto histórico. En este caso, el artista explota los elementos convencionales de la arquitectura: columnas, vigas, losas, escaleras, vanos y los “deconstruye,” en el medio de la selva potosina. Las proporciones son suficientemente funcionales para hacer de esta obra arquitectura, pero la composición general, la aleja de esta función, volviéndola una instalación escultura. Entre objeto de contemplación y espacio para contemplar, un verdadero diálogo se genera entre la selva y la obra, entre lo orgánico de la biodiversidad y lo rígido de los espacios antropomórficos. Más allá de producciones escultóricas “monumentos”, a lo largo del siglo XX, se desarrolla una fascinación por las esculturas penetrables. La escultura no es solamente un objeto que observar, sino una experiencia que vivir, solicitando todos nuestros sentidos.